Habíamos estado hablando de juguetes para adultos, y el maestro parecía sutilmente molesto por mi interés entusiasta. No hacía mucho que le había dicho que no practicaríamos sexo duro con artilugios, ni látigos, ni cosas que en ese momento me parecieron terroríficas como bajar a una mazmorra. Tal vez Junger se desubicó un poco al saber que yo tenía aquel kit de cacharrillos eróticos, del que no le había hablado, pero no me daba la impresión de que le agradase mi mucho interés, así que después de mostrarle como podía hacerme unas bragas de cuerda, y haber puesto el culo lo más en pompa posible sin que diera ningún resultado erotizante en Junger, decidí pisar el freno. Salir a tomar unas tapas y unos vinos era más que suficiente para que la noche fuese perfecta junto a él.

Elegimos un bar pequeño con unas mesas en el exterior y buenas vistas a la playa. Hicimos la comanda con unas cuantas cosas que ahora ni recuerdo, y estuvimos charlando de sus viejos amigos, de la familia, de los que ya marcharon, de los que están por venir… Junger es un hombre agradable al trato, buen conversador, bromista, aunque poco dado a regalar sus emociones, pero cuando le toca escuchar calla metódicamente como hacen los escritores, bebiéndose las historias que le cuentan porque está interesado sinceramente en lo humano del ser. Así que en ese clima de confianza, y anclada a los ojos penetrantes de Junger y en su silencio, empecé a contarle algunos de los acosos sexuales que yo había sufrido a lo largo de mi vida. Aquel chico desconocido que empujó la puerta del aseo del pub para besarme contra la pared solo porque le había sonreído por facilitarme amablemente el paso, el soldado bosnio que se masturbó junto a mi en el bus que me llevaba de vacaciones al sur (creo que se excitó pensando que yo le miraba el paquete, cuando en verdad lo que le estaba mirando eran las marcas de alambre de espino que tenía en las muñecas), el abuso del jefe de personal de la empresa cliente, que me llamaba a la oficina a cada momento para que le escuchara jadear al otro lado del teléfono entre medias de las conversaciones profesionales, etc…
Cuando el maestro creyó que ya era suficiente de tantas confesiones pidió la cuenta y agarrándome por la cintura comenzamos un paseo largo por el puerto. Sería algo más de la media noche, el vino me había mareado un poco y le pedí que parasemos en el espigón. Hacía calor, la falda era demasiado estrecha, notaba la tela sobre los muslos como si fuese un abrigo
_¿Calor?
_ Mucho
_ Desabróchate la camisa – dijo Junger con voz autoritaria – aquí no hay nadie
_ No llevo sujetador, mi Señor
_ Mejor, así podré disfrutar de la visión de tus hermosos pechos. Subete también la falda… zorra – Junger me miraba con ojos de depredador, la boca entreabierta
_ ¿La falda? – dije mientras exhalaba el aire que había quedado contenido en mi garganta al oírle llamarme zorra, me excitaba

_ ¿No dices que tienes calor? Pues te estoy autorizando a desnudarte, puta mía. ¿Te has puesto caliente al contarme todas esas historias de mierda? ¿Querías que supiese que una polla tiesa y húmeda puede rozarte el muslo en un autobús? – Junger me subió la falda y me pellizco el muslo izquierdo apretando con fuerza – ¿Te rozó aquí? Que pena, mi zorra quería aquí – y me metió la mano en el coño con tanta fuerza que me puso de puntillas, estaba enfadado, me dio la vuelta agarrándome por la cintura y me hizo sacar el culo para pegarse contra mi. Continuó diciendo:
_ Si querías excitarme contándome esas estupideces no lo has conseguido, ni siquiera te lo han hecho bien. Tú te sentías poderosa con todos esos mamarrachos, pero ese no es tu lugar cariño, ese es el lugar de tu macho que soy yo, y tu eres mi hembra, así que vamos a probar como se siente mi hembra cuando su macho abusa de ella, ¿te parece bien Gretha?
_ Lo que mandes, mi Señor
No había terminado de pronunciar la frase cuando Junger me había arrancado la camisa, saltaron los últimos botones. Me subió la falda hasta la cintura y rompió mis bragas de un tirón. Estaba detrás de mi, podía notar su calor envolviéndome, su pecho grande cubriéndome la espalda, sus suaves gruñidos cerca de mi oreja. Me hizo separar las piernas a puntapiés sobre mis zapatos, se agachó y me olió el sexo

_ Hueles a puta, caliente como una tea, estás chorreando, deseando que te meta algo ahí dentro – me clavó dos dedos en el coño con fuerza, me hizo daño, grité, me tapó la boca con una mano y empezó a mover los dedos dentro de mi vagina. Yo estaba apoyada en la barandilla del espigón, semitumbada, con las tetas colgando, y eso era lo mas confortable que sentía en ese momento, Junger me estaba haciendo daño. Luego saco los dedos y paso su mano por mi vientre atrayéndome hacía él. Se frotó contra mí, me agarró las caderas y empezó a cimbrearme de manera que mi culo chocaba con su paquete una y otra vez.
_ Voy a follarte aquí, pero antes me vas a hacer una mamada – se estaba abriendo la cremallera del pantalón con una mano mientras tiraba de mi pelo para obligarme a ponerme de rodillas. Cuando su polla apareció triunfal de dentro de sus calzoncillos todas mis dudas se disiparon, suspiré admirada y me la metí en la boca. No me dio tregua, me había agarrado por las orejas de una forma que me hacía sentir ridícula y tiraba de ellas para clavar su polla en mi boca hasta lo más profundo. Yo solo podía chupar y hacer ruiditos. Las piedrecillas del espigón se me clavaban en las rodillas, mis orejas ardían, me faltaba el aire, la abundante y espumosa saliva se escapaba de mi boca por las comisuras según entraba y salia la polla de Junger

_ ¿Escuchas, mi amor? – Junger seguía tirando de mis orejas – ahí abajo, en la playa, hay alguien mirándonos, hazlo bien, no querrás quedar como una imbécil, tú ya tienes experiencia en abusos en público – me soltó un bofetón – ¡Cómeme bien la polla, puta! Haz que arda la playa.
Yo chupaba con ansia, su polla era lo más rico que yo había comido nunca, mis muslos estaban mojándose del jugo que escapaba de mi coño. Empecé a percibir unos pasos quedos sobre la arena, un cric cric lento, de alguien que se acercaba a nosotros, justo debajo de nosotros. Junger rugía de placer, tenía la polla tan dura como un yunque. Se agachó un poco para acceder a mis tetas, las agarró con fuerza, apretando, tirando de la carne salvajemente. Yo gritaba como podía, con la boca llena. Tiraba tanto y tan fuerte de mis tetas que fue poniéndome en pie, entonces empezó a golpeármelas a palmetadas. Una palmetada en la teta derecha que me arrancó un grito de dolor. Me agarro la mano y la bajo hasta sus huevos
_ ¡Sigue trajinandome, esclava!
Yo sabía como le gustaba a él, con una mano sujetandole los huevos y la otra pajeandole. ¡Plas! Otro bofetón en la teta izquierda, y luego una batería de bofetones rápidos que hacían bambolearse mis tetas de un lado a otro. Sonidos de chasquidos contra la carne. De repente me agarró la cara, yo estaba como ida, hipnotizada por sus trajines.

_ A bre las pier nas, pu ta – me dijo separando cada sílaba, amenazante.
Lo hice y lancé mis caderas hacia adelante, deseosa, deseosa de este macho salvaje, deseosa de que me reventara a pollazos. Y joder que si lo hizo: a cada empujón de sus caderas mis riñones chocaban contra la barandilla del espigón. Movía mi cuerpo como una muñeca de trapo, con tal fuerza que no sentía los pies sobre el suelo. Me alzó por los muslos y empezó a hacérmelo suave de repente, clavándomela a fondo pero de forma lenta. Abajo alguien estaba disfrutando al mismo tiempo que nosotros. No se si era una pareja follando, dos pajeándose mutuamente, o un solitario mirón, pero estaba claro que éramos su delicioso espectáculo. Junger me echó sobre él, me abracé a su cuello ensartada en su rabo, y poniendo su boca en mi oído me susurro entre jadeos y gruñidos:
_ Eres mi hembra bonita, mi zorrita sucia, mi puta exclusiva. Voy a reventarte de gusto, voy a llenarte el coño de leche, Gretha, y luego quiero ver como pasas tu mano por el y te vas comiendo mi semen sin dejar ni una gota.
Su voz viril en mi oido hizo el efecto de una tormenta en mi interior. Mi sexo empezó a convulsionar, estaba abierta completamente, follada completamente, sintiendome 100% mujer, era un coño abierto, una mujer penetrada salvajemente. Desee que me preñara en ese momento, que su semen corriera a borbotones por mis entrañas hasta lo más profundo de mi ser

_ Oh Junger, mi Señor, me matas de guuusstooo, me cooorrrroooooo – grité – aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa aaaaaaaaaaaa aaaaaaaaaaaaaaa aaaaaaaaaaaa aaaaaaa aaaaaaaaaaaaaaaaaaa aaaaaaaaaaaaaa
El rugió, me empaló duro, me apretó bien las nalgas y se vertió en mi. Sentí un desmayo de placer inmenso. Me agarró por la nuca, también él temblaba, me besó con tanta pasión, tan intensamente que hirió mis labios con sus dientes. Luego me fue bajando lentamente hasta dejarme en pie. Se arregló la ropa, y mientras me ayudaba a cerrar la camisa y a recomponerme me dijo:
_ Estas radiante recién corrida y con el pelo revuelto. Me encantas, Gretha, eres preciosa. Anda, vámonos a casa… que quiero abusar de ti sobre la mesita del porche –
_ ¿Sobre la mesita del porche?
_ Ajá!
_ Junger…
_ ¿Qué?
_ ¡Te amo!
Me dio una cachetada en el culo, y caminamos alegremente hasta la cala.
Tuya
Gretha de Junger

La voz de Gretha
Pasión por Gretha
La fiesta
Afrodita en la bañera
Siglo de Oro
15 comentarios sobre “El abuso”