Evocaste el Génesis y, a espaldas de Tamar, me hiciste sentir como Onán en ausencia de Er. Tus ondulantes movimientos mecieron mi barca hasta que tu aliento provocó la tormenta, y me hiciste naufragar entre tus brazos. Tus susurros incitaron mis gritos ahogados por el ya casi inexistente decoro. Te derramaste en mí y descansaste. No por mucho tiempo.
Encontraste el Absoluto en mi revés, y vengaste tu ofensa en un suave estallido de placentero dolor. Y mi aullido agradecido murió a las puertas de mi garganta. Llegó la plenitud y descansaste de nuevo. Y cuando mi piel ya había olvidado el aroma de tu cuerpo, tu poder resurgió una vez más. Tu deliciosa diatriba avivó mi sed de ti. La avidez creció al ritmo de tus convulsiones, y me saciaste en tu propio éxtasis.
(Sí, es mi remilgada manera de decir que hoy he disfrutado como una loca)
Sueños
A veces me planteo que «diorarte» no es el término más correcto para expresarme. Porque te echo en falta a cada instante del día y de la noche. Por el día son recuerdos como agujas esparcidas en un césped por el que camino descalza. Voy caminando tranquilamente, y de pronto noto el pinchazo por sorpresa, hasta la siguiente aguja.
Por la noche sueño en todo aquello que dejamos de hacer por la distancia. Sueño con tus manos, deslizándose por mi piel. Con tu lengua buscando el sabor de mi cuerpo. Con tus dientes, mordiéndome los labios. Con tus piernas, sensibles a mis caricias. Con tu voz, susurrándome sueños al oído. Con tus hombros, que sujetan con firmeza nuestros impulsos. Con tu sexo, que me vuelve loca. Con tu cuello, hum, tu cuello… Podría decir que siento tristeza al despertarme, pero no es cierto. Me encanta despertar y saber que no me hace falta soñar contigo para tenerte.
Una habitación, una cama y nada más

Con las luces apagadas el contacto es más intenso. Mis manos anhelan tu pecho y transmito mi deseo acariciando tu piel. Dirijo mis dedos hasta tu boca, y te acerco a mí. Retengo tu labio entre los míos, es carnoso, sensual. Juego con mi lengua, busco la tuya, exploro tu boca. Usas tus dientes, me excito aún más. Busco el aroma de tu cuello. Necesito lamerlo, morderlo, con las manos siento la tensión de tus hombros, de tu espalda, de tu cintura. Gírate, túmbate, quiero seguir besando tu cuerpo, tu pecho, tu vientre. Y ahí se yergue, poderosa, triunfal, tu erección, esperando el tributo de mis manos y mi boca. Así que me postro ante ella, y me dejo llevar por la gula y la lujuria, lamiendo, rozando, chupando, acariciando, mordisqueando, frotando, besando, sorbiendo, ansia imparable. Saltas descontrolado y me aprisionas las piernas, a mis espaldas arremetes una y otra vez contra mis caderas, mientras haces presión sobre mi espalda. El ritmo acelera, estás dentro, estás fuera. Hablas. Estás dentro, dentro, dentro, me aprietas, fuerte, muy fuerte. Fortísimo. Y te vacías en mí. 7 de agosto. Eso significa que ya ha pasado una semana entera. De cuatro, no está mal. Cómo deseo que me poseas de nuevo…
Imaginación

Seguimos viéndonos casi todos los días, pero no tenemos tantas oportunidades de gozarnos. Así que cierro los ojos, para evocar tus manos. Para sentir cómo me coges de las mejillas y empiezas a besarme. Y noto tus labios en mis labios. Y siento tus dientes en mi lengua. Y tus manos bajan a mis hombros, los aprietan con fuerza. Imagino que empiezo a desabrocharte la camisa, y dejo al descubierto tu pecho, adoro tu pecho. Disfruto acariciándolo. Levantas mi jersey, me aprieto a ti, y tú aprovechas para soltarme el sostén. Lucho contra tu cinturón, que siempre se me resiste, pero la victoria es mía. Nos tumbamos, yo bajo tus pantalones y pretendo buscar tu sexo con mi boca. Y juego con mi lengua, y mantengo los labios firmes notando cómo aumenta tu erección. Y me ayudo con las manos, que te acarician debajo, y juegan con el interior de tus piernas. Y te sirvo con besos, lamiéndote, sorbiéndote, acariciándote. Y mi piel siente tus manos, que vienen a buscar mi cabeza al ritmo de tu placer. Me aprietas contra ti. Termina, déjate llevar, viértete, grita mi nombre, deja que te sienta y disfrute con ello, y dentro de un rato empezaremos otra vez, y te dejaré elegir el modo porque eres mi dueño.
Túmbate extasiado junto a mí, acariciémonos hasta empezar de nuevo. Juguemos una y otra vez. Tengamos todo el tiempo del mundo. Aunque sea en sueños. Cumplamos nuestros deseos, realicemos todo lo que dijimos que nos apetecería hacer y hagamos mil cosas más. Y acompañemos cada una de ellas con una gran dosis de pasión. O dos, o tres. Tres. Qué mágico número.
Querido diario (online)
Hoy he tenido mi primer orgasmo en una sala de cine.
Cierro los ojos. Voy a esperar a que te acerques, y roces mis labios con los tuyos. Cuando lo haces noto un ligero cosquilleo que me impulsa a apretarme a tu boca. Noto la presión de tus dientes en mi labio inferior.

Abres despacio la boca y con la lengua te haces hueco, jugando conmigo. Me acelero pero me frenas. Sigues explorando con la lengua, mordisqueándome, alternas besos suaves en las comisuras. Ya te habría desnudado. La mejilla, el lóbulo de la oreja, se me activan todos los nervios. Has llegado a mi cuello y comienzas a morder hasta llegar al hombro. Quedarán marcas cuya simple vista me harán estremecer días después. Con la mano me estás sujetando el pelo, impidiendo que yo participe en este juego, soy sujeto pasivo. Pero mi cuerpo se balancea y te busca. Me sueltas el pelo, y mientras que con una mano me sujetas el hombro y con la otra buscas entre mis piernas, me besas, con prisa, sin pausa, con fuerza. Yo tengo las manos libres y te desabrocho los botones de la camisa. Impaciente te acaricio el pecho, uf, pierdo el control siempre que lo hago. Cuando todos los botones están sueltos, cuando puedo abrazar tu torso estando en contacto con toda tu piel, decides desprenderme de cualquier prenda de abrigo. Jersey fuera, sostén fuera, es mi momento para hacer volar tu camisa. Aquí te frenas. Me tumbas, yo estiro los brazos para desabrocharte el cinturón. Te inclinas sobre mí y mordisqueas mis pezones, tu mano, que se apoya en el respaldo, aprisiona de nuevo mi pelo. La otra mano hurga dentro de mi pantalón. Consigues que me mueva a ritmo de espasmos, pero aún llevamos ropa encima.

Te incorporas un poco, yo sigo tumbada. Comienzas a desabrocharme los cordones de un zapato. Yo impaciente hago caer el otro con un movimiento de pie, haciendo palanca con el somier de la cama. Así que resto tiempo a que me desabroches el pantalón y me lo quites. Tú lo llevas desabrochado, yo estoy tumbada en bragas y con los calcetines negros kilométricos, que llegan más allá de la rodilla. Bragas fuera. Te descalzas y dejas caer los pantalones, y acercas mis piernas a ti. Bajo como puedo tus calzoncillos que caen y tú me penetras, sin más. Sales de mí para volver a entrar, varias veces, y de pronto paras para sumergir tu cabeza entre mis piernas, yo forcejeo un poco, quiero que sigas penetrándome, pero pronto empiezo a notar esa sensación tan fuerte, ese placer que me supera, y por el que tengo que controlar mis nervios hasta que me acostumbro un poco, al cabo de un par de minutos. Mis manos se aferran. Tu lengua sigue el ritmo de mis convulsiones, hasta que empiezo a jadear, cada vez más fuerte, el cuerpo tiene su propio movimiento sin que yo pueda controlarlo, y grito, porque empiezo a sentir un cúmulo de placeres. Sí, grito, y de pronto me quedo callada, porque la fuerza se me va entre las piernas, grito de nuevo, y tu lengua sigue ahí, a punto de encontrar mi orgasmo. El caso es que no encuentra uno. Siempre son tres. Cuando jugamos a esto siempre viene una oleada de placer previa, que se va enseguida para volver de nuevo mucho más fuerte, con una intensidad inesperada, que se vuelve a ir, y por fin, una última, menos aguda pero más contundente, que perdura durante un rato. Creo que grito, no lo sé, no puedo controlarme ni sé lo que estoy haciendo, solo noto ese placer, tu lengua, tus manos sujetando mis piernas. Y cuando por fin me relajo mi cuerpo está tan sensible que tengo que suplicarte que salgas de ahí, porque no puedo soportarlo.
Y entonces te incorporas de nuevo para ponerte sobre mí, y tu sexo entra en el mío, que está completamente empapado, y empiezas a embestirme, y ahora puedo agarrarme a ti en vez de a la cama, y echar mano de tu espalda, de tu cadera, de tus nalgas, que aprieto, acaricio, clavo mis uñas… siento el roce de tu pecho en el mío, el movimiento de tu pelvis… y pienso, y digo… Díos mío… Xxx… sí, así… hum… has acelerado tu ritmo, me aprietas los brazos… y empiezas a pronunciar mi nombre, y me anuncias que te viertes dentro de mí… sí, me encanta. Hazlo. Tus embestidas son más fuertes y siento ese calor dentro, que delata que has llegado al éxtasis. Y sigues, ralentizando tus movimientos, dentro de mí unos minutos más.

Abro los ojos. Estás ahí, a mi lado, me abrazas. Yo busco cada hueco de tu cuerpo para pegarme cual lapa. Me acaricias la cabeza, yo no ronroneo porque no tengo vocación de gato, pero poco me falta. Noto tu calor, y me hace falta. Una sábana nos cubre. Susurras. Yo descanso, relajada a tu lado. No tardarás en volver a acariciarme con lujuria, y mis manos buscarán tus genitales para corresponder tus caricias, y tu erección volverá rauda, buscaremos recíprocamente nuestras bocas, y empezaremos con los juegos previos hasta que apartes la sábana y vuelvas a montarme. Y gozaremos uno del otro, por segunda vez, hasta que volamos a evocar nuestros nombres en un nirvana de placer. Y tras este reencuentro es cuando empezarás a cantar.
Pero esto no ha acabado. Una tercera vez nos excitaremos y tú, que me impides saborear tu sexo, cuando yo intente hacerlo me cogerás de los hombros y pedirás que te cabalgue. Y yo moveré mi cuerpo encima de ti, y a ratos buscaré tus testículos con mis manos. Otras me inclinaré hacia delante para que mis senos te rocen al movernos. Y volverás a llamarme, y volveré a evocarte. Y me harás jadear y gemir. Descansaremos después, pero no satisfechos con las tres primeras veces, después de una amena conversación, tus chistes, mis risas, nuestras confidencias, la música y el sentimiento, seguiremos queriendo más uno del otro, y volveremos a juntar nuestros cuerpos. Yo te pediré que me des la vuelta, que cojas con fuerza mis caderas, que me embistas mientras yo intento no perder el equilibrio agarrando la cama. Que me estires del pelo, que me aprietes las piernas, que golpees mis nalgas con tu cuerpo y con tus manos. Que te viertas de nuevo. Que me hagas aullar, hasta que el agotamiento o la hora nos obliguen a dejar de amarnos.
Abro los ojos. Los cierro otra vez. Me gusta pensar que cada día estamos más cerca de la próxima vez.
Una pequeña observación
En el pub aquel de dos pisos, en la cervecería irlandesa… ¿te he dicho que me gusta darme el lote contigo en público? Sé que no debería, pero me gusta ^^
Deseos
Él está hablando con dos colegas, recordando viejos tiempos. A pocos metros, en la misma barra de bar, ella le está mirando con todo el disimulo que es capaz. Él centra durante un segundo su atención en ella, la sonríe, la mira con deseo, y prosigue su charla. Al cabo de un rato, se acerca el camarero e informa al grupo de que la mesa está libre. Se sientan en la mesa alargada y ella procura colocarse a su derecha. Mientras sirven la cena, le acaricia la pierna por debajo de la mesa. Le gusta rozar rodilla con rodilla, y con las manos, rozar con sus uñas sus muslos. Cruzan sus pies, para en el acto soltarse, con la idea de mantener una postura natural.

Hablan con la gente de su alrededor, a veces coinciden en la conversación. Los platos se vacían, las copas se rellenan. El murmullo se convierte en ruido y este en alboroto. Aprovecha él para acercarse a su oído, y susurra: te voy a echar un polvo que no vas a poder cerrar las piernas en días. Se aparta y sigue a la suya. Ella cree que ha conseguido mantenerse imperturbable, pero los colores se le han subido ya a las mejillas. Excitada, ya no puede concentrarse en lo que le están diciendo a su alrededor. No deja de imaginar. Después del café, pedidos los cubatas, ella pone la mano entre sus piernas. Él está excitado, duro, henchido. Deja de tocarle porque pronto tendrán que levantarse. Termina la cena y se dirigen en masa al pub. Ella, mareada por el alcohol, se ausenta al aseo para mojarse la cara. En el pequeño pasillo que une los servicios de damas y caballeros, se cruzan. Él la empuja contra la pared, ella aprieta sus nalgas, él le pellizca un pezón. Sus lenguas se encuentran. Él se aleja y se mezcla entre el gentío. Ella entra en el baño, completamente excitada. Sabe que esta noche no podrá gozar de su hombre.
Al salir le busca y no le encuentra, y empieza a pensar que se ha ido sin despedirse. Coge su bolso y se acerca a la puerta con intención de irse, si él no está. Al salir de la calle descubre que él está fuera, fumando con dos más. Se excusa, diciendo que ha salido a tomar el aire y a apurar un pitillo. Se sienta en la acera, junto a otros dos, lejos de él, incómoda, pero con intención de disimular. La juerga transcurre y se agota. Se despiden, y cada uno toma su camino. Ella llega a casa, se desnuda y se acuesta. Mira su lado izquierdo de la cama, vacío. Apaga la luz. Cuando está a punto de dormirse, se oye un portazo, unos pasos, una silueta. Él ha venido. “Al final aceptaste mi invitación”, se regocija ella entre sueños. Él no la responde, deja las llaves en la mesilla, se deshace de sus pantalones, arrastra las sábanas hasta el suelo, la coge de las piernas y la acerca hacia él. Sin perder más tiempo, la penetra con fuerza, salvaje, lleva esperando toda la noche para hacerlo. Acelera su ritmo y cuando cree que va a gritar su nombre, ella frena, y empapada se incorpora, acerca su boca a su sexo. Rodea con los labios su glande, acaricia con su lengua el frenillo, mima con los dedos sus testículos, siente las manos de él sobre su cabeza, que la obligan a acelerarse hasta que por fin él gime: “me corro, me corro”. Ella nota el calor en su boca. Él entra en la cama y la abraza.

Los efectos del alcohol se diluyen. Le besa el cuello, el borde de la oreja, mordisquea sus hombros. La hunde en su abrazo. Ella se relaja apoyada en su pecho, juega con su vello. Hace rodar sus caricias por su espalda, por su cadera, por sus piernas. Nota que él está excitado de nuevo. Busca su boca y lo besa, casi con desesperación, asiéndose a su cuello. Le rodea con las piernas, sostiene su mejilla con las manos. Baja sus besos hasta el pecho, hasta el ombligo. Lleva las manos a sus nalgas, que pelliza y acaricia. Él sale de la cama, la da la vuelta y agarra sus caderas embistiéndola. La monta descargando su lujuria en su espalda. La obliga a postrarse, y la hace gritar, mezclando sus orgasmos en un revoltijo de gemidos y nombres. Él la besa en la nuca, ella se apoya en él. Dormirán abrazados hasta la madrugada, cuando ella se despierte para cumplir su palabra dada.
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Tírame del pelo
Asteria {mi señor} Mientras me besabas, me cogiste del pelo y estiraste. «¿Así decías en tu blog que íbamos a tirarnos de los pelos fuera del lecho?». Acabamos en la cama. Tírame del pelo, mientras me besas, mientras me posees, mientras me haces tuya. Tírame del pelo, muérdeme los labios, aráñame la espalda. Aprisiona mis…
Pareja de ases y una reina
habla Asteria {mi señor} Mientras fantaseaba con un trío creía que iba a ser muy sencillo por mi disposición previa a consumarlo, mientras lo llevábamos a cabo tampoco tuve dificultades, y ahora me asombra y apenas termino de creer que haya sido capaz. Supongo que todo tiene que ver con ir de la mano de…
La decisión
Escribe Asteria {mi señor} En la cama –bueno, en el sofá, en el suelo, en la mesa, en la silla y donde caiga- según avanza nuestra relación, tengo más ganas de ser sometida. Quiero que él me posea, me tenga, me sienta suya, que disponga de mí y sienta que tiene el derecho a disfrutar…