Habla Arkadia {mi señor}
En el pasillo la camarera de habitación me distrajo y llamé sin pensar, me di cuenta cuando te escuché al otro lado de la puerta. ¿Qué sentí? Los nervios y la vergüenza no me dejaron disfrutar de ese momento de alegría, que sin embargo estaba presente. Pero disfruté de los nervios y de la vergüenza, son sentimientos tan inocentes…
Tu forma de mirarme fue crucial, antes de abrazarme ya era consciente de que haría cualquier cosa para verte feliz. Después noté tu aroma, un olor intenso, penetrante, agradable. Como tú. Inolvidable.
Por el rabillo del ojo miraba el collar, ese collar que ese día sería mío y así ser tuya. ¿Por qué tardaste tanto en ponérmelo? Yo lo estaba deseando aunque no hiciese falta porque ya me tenías. La próxima vez quizá te guste apretarlo más, a mi no me molestará. Aunque me gustaría tener uno que fuese de metal y pesado, rudo, apretado, con argollas para que juegues con las cadenas a tu interés. Esas cadenas que tanto me divirtieron, esas cadenas que simbólicamente me atan a ti, cadenas que no son necesarias porque no quiero apartarme de tu lado. Me sentía como una niña con juguetes nuevos, una mujer que se divierte con el cuero y el metal, una esclava del placer de su amo. Una muchacha feliz que ahora piensa en lucir otras cadenas en su cintura.

Tenías que haberme espiado cuando fui a llenar la bañera y me miré al espejo. Me maravilló ver lo hermosa que estaba con el collar y la cadena que colgaba del cuero de mi muñeca, me emocioné mucho. No era el collar lo que realzaba mi belleza, era el orgullo de llevarlo, el orgullo de que saber que querías que lo llevase. El orgullo de haber sido elegida.
¿Qué puedo decir, mi señor, del día de ayer? Que me sentí más mujer por caminar al lado de un verdadero hombre, por galopar encima del dueño de mi persona y de mi placer. HOMBRE con mayúsculas, sin aditivos, hombre sin necesidad de aparentar. Apuesto y galante como pocos, conservador de tradiciones perdidas que esta sociedad ya no sabe valorar, tradiciones que siempre he anhelado y me las has brindado.
Que por un año no me doblas la edad, la edad por desgracia se lleva en los huesos. Se es persona desde que se nace, se aprende a amar desde ese mismo momento, entonces ¿qué importa la edad? No, mi señor, ayer ambos teníamos la misma edad, no teníamos edad. Sólo había sentimientos y sensaciones. Valoro mucho más tu amplia experiencia en la vida que unas carnes prietas que sólo sirven para cazar lanza en ristre, y ya ni eso existe. Mi señor, adoro cada año que llevas vivido.
Se me hizo duro partir, gustosamente me hubiese quedado toda la noche a tu lado contemplándote hasta que el cansancio me apresase. Te hubieses despertado con tu miembro en mi boca, abriéndote el apetito de mí para saciarte antes de bajar a desayunar. Me hubiese quedado toda la mañana para llevarte a pasear por la Albufera, podrías haberme atado a un árbol y usarme. Me hubiese ido contigo en el tren y prepararte un baño para ti, y lavarte, y secarte, y mimarte.
No tuve reparos en hacer nada, aquello que deseaba podía hacerlo, todo aquello que se me antojaba lo hacía. No te hubiese hecho feliz que no fuese así y de verdad, mi único pensamiento era hacerte pasar un día tan especial que lamentases la distancia como lo hago yo y que desees volver a tenerme en tus brazos como yo quiero abrazarte con mis piernas. Un día tan especial que sueñes cómo mi lengua te envuelve con saliva y cómo mis labios ansían rozarte.
Mi señor, nadie puede darme la libertad que tú me das.

El Lago de Anna
Vamos por la carretera, en un coche descapotable que ella ha conseguido. En el aparato de música suena rock duro. Y mis manos vuelan sobre su cuerpo mientras conduce. Magreo sus senos, amaso sus caderas y bajo a su entrepierna. Sonríe. No deja de acelerar. Cuando llegamos a ese idílico lugar, hablo con el dueño…
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