La silla de Arkadia

Me sentía frágil, con miedo y con mucha vergüenza. Estaba sollozando. Estaba en una habitación en la que no había mueble alguno, las paredes eran blancas al igual que la luz que me deslumbraba, era una habitación desnuda, tan desnuda como me encontraba yo. De pronto escuché unos pasos que se acercaban, una puerta se abría y entró en la estancia un desconocido que me encontró hecha un ovillo en una esquina. Se acercaba a mi y yo veía en sus manos una cuerda, tenía miedo ¿quién era?, ¿qué iba a hacer con eso?, ¿qué iba a hacer conmigo?

—Levántate—me ordenó.

—¿Qué me vas a hacer? —dije sollozando aún acurrucada a la pared. Un bofetón me cruzó la cara.

—¡Qué te levantes!

Obedecí amargamente, no podía hacer nada, él era más fuerte que yo. No podía huir, no sabía salir de allí y me alcanzarían enseguida. Una vez estuve en pie, él desenrolló la cuerda y me ató las manos a la espalda. Sentía frío, estaba horrorizada, ¿qué iba a pasar conmigo?. Noté que de la parte trasera del cinturón sacaba algo más, pero no conseguía verlo bien porque las lágrimas me emborronaban la visión. Algo frío y áspero se ceñía sobre mi cuello, una caricia de cuero frío, un abrazo de cuero aterrador. Mientras él abrochaba ese terrible collar yo no podía pensar en nada, no sabía qué, no sabía por qué. Y de repente un brusco estirón hizo que casi perdiese el equilibrio, no podía agachar la cabeza, él había atado el collar a la cuerda de las muñecas y la había dejado tensada.

Ahora sí que no tenía escapatoria, ¿por qué me vendaba los ojos?, ¿por qué no había corrido antes?

—Vamos—Dijo.

—¿Do- dón- de? —Alcancé a decir. —¡Ay! —

Grité de dolor, me había abofeteado.

—Vamos.

Me agarraba con firmeza el brazo, yo andaba torpemente, debía dejarme guiar por aquel desconocido, no tenía otra opción aunque tenía miedo. No veía nada pero me llevaba por un pasillo, podía escuchar múltiples respiraciones, podía sentir mientras andaba lentamente el calor de muchos alientos, podía distinguir distintos olores corporales. De pronto una mano me cogió la cadera y grité del susto, grité del miedo y me caí. Mi verdugo me incorporó y seguí avanzando, temblaba más que antes pero ya nada me tocaba.

Llegamos al lugar y me quitó la venda de los ojos. La habitación no tenía nada que ver con la anterior, ésta estaba llena de cosas; destacaba un gran mueble llenaba toda una enorme pared de lado a lado y hasta el techo, estaba lleno de libros; ante la estantería había un largo escritorio de nogal, estaba despejado casi por completo, en el escritorio solamente había una pantalla de ordenador y una webcam que me enfocaba.

El desconocido me sentó en algo que pretendía ser una silla, pero era extraña y era incómoda.

Estaba sentada sobre lo que debía de ser el asiento, pero éste únicamente estaba compuesto por el mínimo imprescindible para estar apoyada. El asiento formaba una U, donde sólo tenía apoyo en las piernas que él me estaba atando a la fría madera y en una pequeña parte de mis nalgas. Pero la rareza de esta silla no acababa ahí, el desconocido montó de alguna forma a la silla, entre mi columna y mis brazos atados, una tabla de madera lo suficientemente ancha para reposar la espalda desnuda bien erguida. También tenía un alto y escueto reposapiés donde me hizo colocarlos para después atarlos.

Cuando hubo concluido el preparativo la pantalla se encendió. Me quedé estupefacta y horrorizada. Vi mi imagen a p a n t a l l a c omp l e t a por la webcam que me e n f o c a b a .

No daba crédito a lo que estaba viendo. Era yo la que a p a r e c í a sentada, con la espalda erguida y los pechos desprotegidos, las piernas abiertas sin posibilidad de moverlas a causa de las ataduras, con las rodillas tan altas como me obligaba el reposapiés. Desnuda, atada, temblorosa… Además mi tez se había tornado más pálida, parecía mortecina. Me daba vergüenza verme así, tenía miedo. De pronto una voz salía de la pantalla, una voz alta, firme, segura. Era él, era él el que hablaba y el que aparecía en un recuadro más pequeño a un lado de la pantalla pero suficiente grande como para verlo con claridad.

Sabía quién era, pero en modo alguno esperaba que fuese él. Y de él nació una tierna sonrisa al ver mi cara de pasmo, no se presentó porque sabía que no hacía falta.

—Benjamín es mi servidor y va a cuidarte hoy por mí. Tápale la boca Ben, no quiero que de su boca salga ni una sola palabra —

Benjamín obedeció tranquilo mientras yo contenía el aliento, ojiplática ante tal desfachatez.

Si la estupefacción no me hubiese paralizado, si hubiese reunido el valor necesario, si me hubiese enfrentado, quizás si…

—Estás aquí porque lo deseabas, soñabas con ello. ¿O me vas a decir que no es así? ¿Eh? Dime —Mi sorpresa no se desvanecía, ¿qué estaba diciéndome? ¿qué era yo la que había querido estar ahí, así?

— Te he dicho que me respondas,

¡Ben! —Dijo tajante. Y Ben por segunda vez me abofeteó la cara. Las lágrimas resbalaban por mi rostro hasta llegar a la cuerda de la mordaza que no tardó en estar mojada.

No pude más que esgrimir un ligero gemido acompañado por el movimiento afirmativo de mi cabeza. No podía creer que aquello tan lejano me hubiese llevado a esta situación, no podía creer que un simple pensamiento que no había revelado nunca, me hubiera hecho sentarme en esta incómoda silla. No daba crédito a que él lo hubiese sabido y se pavoneara por su certeza.

—Bien, está bien. Ahora atiende, desde hoy vas a aprender de verdad. Desde hoy te voy a enseñar lo que nadie ha sido capaz. Vas a darme las gracias cada vez que te deje mirarme a los ojos, vas a agradecerme todo lo que te haga. Llorarás y sufrirás como no te imaginas, y me darás las gracias —Tomó un respiro y concluyó —Me agradecerás que te instruya porque vas a aprender aquello para lo que has nacido.

Cerré los ojos y giré la cabeza tanto como pude, estaba tan avergonzada que no pude reprimir el llanto.

Benjamín sabía lo que debía hacer en ese justo momento, estaba entrenado, así que volvió a girar mi cabeza frente a la pantalla sujetándome firme.

—¿Por qué lloras, no estás contenta? No me gusta que estés triste, por eso le he dado instrucciones a Ben para que te haga estar contenta.

Procura no dejar de mirar la pantalla, quiero que veas todo lo que Ben te va a hacer, quiero que veas lo necia que eres para que seas capaz de comprender en lo que te voy a convertir. Ben, puedes empezar.

Benjamín se puso en un lateral, casi en frente pero sin llegar a tapar la pantalla, mirándome y empezó. Cogió mi pezón derecho con su mano derecha y lo estiró, cuando sintió la piel de mi seno tensa pegó mi pecho con su mano izquierda. Lo repitió tres veces hasta que soltó el pezón para después pegarme en el otro pecho con la mano estirada. Cuando decidió que ya no quería golpear mis senos se desplazó a mi espalda y los recogió cada uno con una mano. Los apretó, los estrujó mucho, me dolía y gemía de dolor.

Benjamín me susurró que no dejase de mirar la pantalla, y miré. Vi unas manos grandes oprimiéndome las tetas mientras las bamboleaba bruscamente, bien apretadas, arriba y abajo, a un lado y al otro o en círculos.

Tenía las manos tan grandes y tenía mis senos tan bien cogidos que con el índice y el pulgar aprovechaba para aplastar y retorcer mis pezones. Dolía mucho, pero el dolor físico no era nada comparado con lo que estaba viendo en la pantalla.

Tenía que ver como un desconocido me violaba mientras él miraba a través de la pantalla.

Una muchacha inmóvil y llorosa, desnuda y maltratada, con las piernas bien abiertas poniendo mi sexo a disposición de un desconocido. Y él miraba con atención. No sé ni cuando ni como ocurrió pero inesperadamente Benjamín apareció con una fusta. No tuve tiempo de asustarme ni de gritar, enseguida empezó a fustigarme con saña, primero el vientre donde no dejó ni una zona sin marcar, después me daba unos pocos latigazos en los pechos hasta que se fijó en mi pubis. Vio la hinchazón de mi sexo, yo estaba dolorida y no quería estar excitada, me batía conmigo misma para no sentirme así pero me miraba en la pantalla y veía que no tenía remedio, era una hipócrita. Me estaban maltratando y me estaban observando y por ello yo me estaba excitando.

Él se reía sin disimulo a través de la pantalla. Su mirada era penetrante y hacía que me ahogase. Escuchaba sus carcajadas mientras mis lágrimas no cesaban. Benjamín me azotaba con la fusta en los muslos, notaba como escocía, me sobrecogía y estas contracciones sólo ayudaban a que mis fluidos mojasen por completo mi sexo. No me pegó en el pubis directamente, pero sí que aprovechando la largura de la fusta me golpeó en la parte de las n a l g a s en las q u e n o había asiento. No pude más que gemir amargamente por el cosquilleo que sentía, porque Benjamín al ver tras el primer golpe la vara un poco mojada decidió que iba a mojarla con mis fluidos por completo, así que frotó con rudeza la vara entre mis labios hasta que estuvo lo suficientemente mojada. Y siguió lastimándome y mojando la vara hasta que…

—Basta, Ben, está bien por el momento. ¿Cómo te sientes, princesa?

Me sentía enferma, repugnante, sucia y traicionada por mi misma. Me sentía dolorida, me encontraba débil. Pero estaba excitada e impaciente, me entraron ganas de vomitar. Mis ojos me delataban.

—Te encontrarás mejor mañana cuando te levantes. Ben ha hecho bien su trabajo, debes darle las gracias.

Pero yo seguía amordazada y no podía hablar.

Sólo pude mirarle entre lágrimas y ladear un poco la cabeza.

—Ahora Ben preparará un baño caliente y te lavaré yo mismo. Tendré ocasión para explicarte tus obligaciones.

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