Estamos en un local, con abundancia de sillones y espacios abiertos, la luz cambia de color y se refleja en un espejo y en la inevitable bola plateada del techo, una luna inventada.
Hay gente, pero es una masa difusa, gris y blanca. No miran ni dejan de hacerlo. Pasas ante ellos como quien revista una compañía de soldados, no te paras.
Te vuelves hacia mí. Tu lenguaje corporal es claro. Te agachas, vienes gateando y te pones de pie. Una sonrisa ilumina tu cara, ¡cómo me gusta esa sonrisa abierta!, y comienzas a desabrocharme la camisa. Cuando ya estoy desnudo, pones cara picarona y sales corriendo. Te persigo, llevas sólo mi chaleco de smoking. Juegas en torno a los sillones al pilla pilla. Intento cogerte y huyes riendo, jugando.
Al final te atrapo junto a la pared y te pego a ella, sujeto tus muñecas con los brazos extendidos, se abre el chaleco. Te beso en la boca, primero despacio y luego con pasión, bajo por tu cuello, tus pechos mientras te mantengo inmóvil. Pego mi cuerpo al tuyo, te aplasto contra el muro.
Nos están mirando, comentan. Para tapar sus voces te hablo y te digo lo que te voy a hacer y lo puta que vas a ser conmigo, mi sumisa.
Te cojo de las piernas, con la espalda en la pared y comienzo a penetrarte.
Se hace el silencio, todas las miradas en nosotros, sólo se escuchan tus jadeos y mis órdenes. Te hago arrodillarte y paso mi verga por tu hermoso rostro, golpeo tus labios con ella.
Contemplando a Tetis
Asisto inerme al espectáculo que me ofrece mi sumisa Tetis. Sus manos, esas que deseo engarfiadas a mi polla, azotan el culo que deseo traspasar, sonoras sin miedo, mientras su delicada piel enrojece. Una tras otra, medio centenar de veces. Desnuda su espalda y el cinturón la recorre restallando, escucho sus gemidos, se dobla, vuelve…
Experiencias y enseñanzas del Maestro BDSM 