Asteria {mi señor}
Primera, chirrían las ruedas. Segunda para acelerar y adelantar al pasmado del Ibiza azul. Tercera cuando dejo al coche atrás y cuarta cuando la noche es mía. Acelera que el semáforo está en ámbar, frena, porque suena el teléfono móvil. Paro en un rincón. ‘Estoy solo’. ¿Y enfadado? No quiero llorar más. ‘Ven y lo hablamos’. Claro que voy a ir. Pues si lloré es porque creía que no me quieres a tu lado. Cierto que me enerva sentirme débil, pero se me pasa tan solo con saber que tiene arreglo.
Abres la puerta y sonríes con la boca. Pero a lo que estoy atenta es a tu mirada. Luego agacho la cabeza, no por sumisión, sino porque me encabrita que mis ojos llorosos me dejen en evidencia. Me haces pasar a tu despacho, y empiezas a hablar, a contarme cosas de un mundo desconocido. Yo tuerzo la boca, sabes que estoy a la defensiva. Si acercas el dedo, te muerdo. Intento dulcificar mi expresión, pero te estás dando cuenta de que es a propósito, y haces un comentario al respecto. Aragonesa, me llamas. Al fin y al cabo, no sé si seré leona, pero no podrás acusarme nunca de gallinita. Me duelen los ojos de mirarte, y no sé qué hacer. Me agarro las muñecas, me froto las rodillas, cambio de postura, apoyo la espalda en el respaldo, me siento de lado, cambio el bolso de sitio, apoyo los codos en la mesa… pídeme que me levante, por favor, no puedo soportar más estar sentada aquí, como si fuera el despacho del director de un instituto norteamericano.

No me lo pides, te levantas tú, y vuelves al poco tiempo ¿qué llevas en las manos? Unas esposas… mira, como las que compré yo hace tres días, solo que las tuyas son de verdad. Me río, por fin me río, y me aprisionas las muñecas. Te apartas un momento y coges la cámara de fotos ¿puedo? Venga, si solo salen mis muñecas… La cadena que une ambas prisiones es perfecta para que estires y me lleves a tu dormitorio, ahí están las vendas, a lo mejor esta vez las usamos. Pues sí. Atas los grilletes a las vendas en un extremo de la cama, mis tobillos al otro, y te ausentas, dejándome ahí impaciente, curiosa, atenta. Reapareces llevando un vaso con hielos.
Te sientas a mi lado, coges un cubito y lo derrites por mis senos, por mis muslos, por mi vientre, por mi sexo. Cuando me ves temblar de lujuria acercas tu verga a mi boca, e intento incorporarme sin éxito. Las esposas me lo impiden. Llenas mi boca, tú marcas el ritmo, me ahogas, me dejas respirar, me controlas los movimientos, aprisionas mi cabeza. Te das la vuelta. Quieres ofrecerme el mismo placer que yo a ti. Así que tu lengua empieza a buscarme, mientras la mía ya te ha encontrado. Primera, segunda, tercera, cuarta. La noche es nuestra. Es momento de que me poseas. ¿Quién es mi niña? Yo… ¿Quién es tu dueño? Tú…¿Con quién paso mi tiempo? Conmigo… ¿En quién pienso al despertar? En mí… ¿Quién es el blanco de mi lujuria? Yo… ¿Quién está dentro de ti? Tú… Oh, sigue. Sigue, por favor, sigue, así, pregúntame, ordéname, susúrrame, incrépame, háblame, poséeme. Fóllame y luego hazme el amor. Grito, te suplico, te reclamo, no me oyes, pero lo hago. Me estremezco, te aceleras, me coges de las manos, las aprietas contra mi cabeza, noto en las muñecas la presión de los grilletes que me golpean la sien. Duele, me excita, aprietas, noto cómo el éxtasis recorre todas las células de mi cuerpo, y que al llegar a los labios se convierte en un gemido de irreprimible placer. Y mientras mi cuerpo palpita mi orgasmo, noto cómo tu pelvis acelera impetuosa hasta que me inundas con tu pasión.

Me pones de pie. Parecía lujuria furiosa. Lo que estaba claro es que no tenías freno. Ahora cintas de cuero en las muñecas, amarradas a la espalda, la camisa abierta, una de tus manos sostenía la cuerda que me mantenía presa. La otra profundizaba entre mis piernas. Sabías que si mis piernas apoyan, yo… no llego a ningún sitio. Pero… al llegar el placer no podía sostener mi propio peso, las piernas se doblaban sin voluntad, y tú no dejaste que me arrodillara. Obligada a seguir erguida llegó un momento en que perdí totalmente la fuerza. Querido diario: el lunes tuve mi primer orgasmo de pie.
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La dama Asteria
Dama {Maestro Látigo} Maestro, elige un sitio, te excito pero te lo digo para hacerlo, no sólo para excitarte. Pues ahora imagina esa sensación en un lugar público con mis labios, mi boca. Tú de pie o sentado, como desees, yo de rodillas, ambos en silencio y el hilo musical o el ruido del tráfico,…
Sólo tú
Asteria {mi señor} Sólo tú sabes cómo excitarme. Sólo tú sabes qué me gusta. Sólo tú sabes cómo hacerme perder el control. Sólo tú sabes qué hace revolverme en el placer. Sólo tú me haces llegar al clímax. Sólo tú puedes hacerme mezclar sentimiento con carne. Sólo tú sabes qué palabras me excitan. Sólo tú…
La dama se ofrece
Asteria pasa a ser Dama Dama {Maestro Látigo} dice: me encanta que me pegues, me encanta que descargues el látigo sobre mí, me encanta que tortures mis senos, me encanta que me sueltes una torta y me dejes perpleja para luego embestirme mientras me aprisionas las muñecas y que me claves los dedos, las uñas,…